Y es que, de hecho, si no tuviéramos zapatos, no entenderíamos el placer que supone caminar descalzos. Por la hierba, por la arena de la playa, por la alfombra de tu cuarto o por el frío mármol de las escaleras. Toda la vida llevando zapatos ha hecho que nos resulte especial (y tentador) poder ir descalzos por determinados lugares. No hablo de volver a casa descalza porque te duelan los tacones, hablo de querer ir descalzo porque es un "lujo" que no te puedes permitir a diario.
Pero, por otro lado, si no hubiésemos caminado descalzos nunca, no comprenderíamos lo afortunados que somos por tener zapatos. Unos buscando más lugares en los que descalzarse y otros buscando unos zapatos que cubran sus pies. Somos afortunados por tener zapatos y poder decidir descalzarnos cuando nos apetezca, seguro que eso lo comprenden todos. O quizás algunos no lo comprendan aún. O no lo valoren. Para entenderlo habrá hecho falta, por lo menos, ponernos en los pies descalzos de quien no puede llevar zapatos. Comprender que algunos no van descalzos por gusto, comprenderlo desde nuestros zapatillas de andar por casa. Y desde nuestra posibilidad de descalzarnos cuándo y cuánto queramos. Irónico, ¿verdad? Yo creo que al final se trata de una cuestión de perspectiva.
Sí, al final todo depende de como lo mires, es perspectiva.
ResponderEliminarEs muy fácil hablar de empatía, pero no es tan fácil sentirla de verdad, y muchas veces es simplemente porque no podemos imaginar siquiera algo que nunca hemos vivido, algo tan simple como no tener zapatos.
También valoramos las cosas que no son cotidianas y pasamos por alto privilegios como son tener zapatos o que al abrir un grifo salga agua.
Eso sí, la arena de playa en los pies descalzos merece un capítulo aparte :)
Me ha gustado un montón =)
Pues sí, tantas veces damos las cosas por sentado que se nos olvida que, en el fondo, tenemos mucha suerte. :)
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