Caminaba acompañada únicamente de la banda sonora de sus pasos. Del tic tac de su corazón. Del vaivén de su sonrisa. Caminaba por una ciudad desierta, llena de extraños que deslizaban la mirada sobre ella, como quien pasa de largo ante una papelera o una farola. Toc-toc, toc-toc. Toc-toc, toc-toc. ¿Era su corazón lo que se había acelerado al subir esa cuesta? ¿O era su caminar el que aumentó la rapidez en la bajada? Dicen que a la vida le falta banda sonora. Canciones de fondo en los momentos más importantes. Ella no lo veía así. Le gustaba escuchar los pequeños sonidos que oferta una ciudad bulliciosa a las 6 de la mañana. Unos tímidos pájaros que le pían al sol y que buscan ramas para hacerse un nido, un coche despistado que ralentiza la marcha buscando parking o leyendo los nombres de las calles. Semáforos en rojo sin voz ni voto en unas calles sin vehículos ni transeúntes. Algún que otro fiestero trasnochado que no encontraba la cerradura. Madrid de madrugada. Ella caminaba frotando sus manos, para que no se le congelaran. Y con ese movimiento también colaboraba en la orquesta del día a día.
En su bolso los restos de su vida, en su cara un maquillaje nada cuidado para darle los buenos días al frío. Una bufanda gorda, de las que tapan el cuello y permiten esconderse de la vida entre lanas de color marrón. Botas de tacón, que su vida sí tiene banda sonora y sus pasos resuenan al ritmo de su caminar. Y una de estas chaquetas largas, de las que duplican el volumen de cualquier cuerpo, por muy pequeño que sea. Nariz roja, como si fuera disfrazada de payaso. Y orejas gélidas como témpanos. Los efectos de madrugar. Los efectos de trasnochar.
Se cruzó con un par de desconocidos más. Un hombre paseando a su perro le dio los buenos días. ¿Buenos? Ella contestó como pudo. 'Fríos días también para usted'. Siguió su camino como el río que se abre paso por fuera de su cauce, sin saber muy bien cómo o a dónde avanzar. No tenía destino ni lugar de salida. No había colocado su punto de referencia y ahora se limitaba a caminar zigzagueando por esas calles que tan bien la conocían. Sin saber muy bien a qué esperaba. Sin saber muy bien a quién esperaba. Sin saber qué tendría que ocurrir para que dejara de serpentear por su rutina para pasar a tomar las riendas de su vida.
O quién tendría que ocurrir.
Mi blog.
Dentro de muchos años entraré aquí y será mi particular baúl (digital) de los recuerdos (no digitales).
domingo, 4 de diciembre de 2011
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ResponderEliminarMe gusta la última frase especialmente. Que ocurran personas =)
No conozco en Madrid ningún pájaro que le cante al sol a las 6 de la mañana... esa sí que sería una BSOísima...
ResponderEliminar@Kailer: Es que las personas ocurren, o dejan de ocurrir, en mi opinión :)
ResponderEliminar@Almudena: ¿No? Hace un par de meses que no despierto en Madrid a esas horas, pero sí recuerdo haberlos oído en Navidad o demás días de madrugar mucho/trasnochar y volver a casa pronto/tarde...
Que píen sí que los hay, y vuelan de árbol en árbol y les encantan los semáforos... pero a las seis de la mañana no hay sol que valga.. ja ja ja
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