Venía
cargada de esperanzas, pero me tropecé con tu ceño fruncido y para evitarlo bajé de la acera, resbalé en un
charco de lágrimas que no recordaba haber vertido y caí. Y se me cayeron. Yo no
me caigo a menudo, no te confundas. Pero las lágrimas son resbaladizas, sobre
todo si no son lágrimas de cocodrilo. Éstas tenían textura de lágrimas de
ilusiones rotas. Porque las ilusiones son muy frágiles y cuando las rompes(te
las rompen) se hacen añicos, como el cristal. Y te hacen llorar.
Se me cayeron las esperanzas, y mira que me
agaché a recogerlas, pero las lágrimas de las ilusiones quebradas eran como
arenas movedizas. Y las esperanzas de papel se deshacen en lágrimas. Me levanté
como pude, ya me viste. Recompuse mi vestido y mi sonrisa. Y me cruce contigo.
Me descrucé. Hola, hola. Bueno, había perdido las esperanzas. Se habían
deshecho. Ahora que lo pienso tal vez no fuera sólo el charco quien las
rompiera. Probablemente todo lo desencadenó tu rostro.
Mi chubasquero era rojo.
Rojo con salpicaduras de orgullo. Tu orgullo es tan grande que sólo de cruzarme
contigo ya me manchó el bajo de mi chubasquero. Rojo profundo, como el color de
labios que imaginas cuando alguien te dice que se los pintó rojos. Y era
impermeable. Pero el barro es orgulloso y el barro del orgullo se aferra hasta
a las superficies más perfectas. Es un poco como el permanente del alma. Hay
trazas de nuestro carácter que son permanentes mientras no hagamos nada por
evitarlo. Y el orgullo es una de ellas. No llovía, lo sé. Tú también lo sabes.
Pero estaba estrenando chubasquero, y para un día que hay charcos de ilusión en
el suelo creí conveniente ponérmelo. Además, todos tenemos derecho a creernos
que vivimos en la gran manzana un día, ¿no?
También llevaba paraguas, de los
automáticos. De los que se abren sin pensar cuando ven que alguien va a empezar
a lanzar sinsentidos en tu contra. Salpicaduras a tu frágil taza colmada. Y se
abren y oye, que las palabras necias no entran a mis oídos, que no son sordos,
solo porque el paraguas las frena. Luego se queda hecho un asco, eso sí, pero
merece la pena. Porque rebotan las estupideces y las que no rebotan se van
cayendo con el paso del tiempo o con un buen manguerazo. Hasta la próxima
lluvia de sinsentidos. Los paraguas son escudos contra la estupidez, ¡quién lo
diría! Igual que las bufandas. Yo llevaba bufanda para no reírme en tu cara, al
final no tuve que usarla. De hecho me hubieran venido mejor unas gafas de sol,
de las que cubren los ojos y el gesto. De las que impiden que se sepa qué estás
pensando. Bufanda, chubasquero, paraguas y unas gafas de sol en un día frío y de lluvia, para que no supieras
qué pensé cuando me tiraste (o se me cayeron) las ilusiones.
Mi blog.
Dentro de muchos años entraré aquí y será mi particular baúl (digital) de los recuerdos (no digitales).
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Super bonica =) Me recuerda a un tuit que leí: "Soy tan débil que puedes hacerme añicos sin percatarte. Pero a la vez tan fuerte, que ni aunque me rompieses te darías cuenta de que sufro."
ResponderEliminarMe encanta esta parte: "Pero estaba estrenando chubasquero, y para un día que hay charcos de ilusión en el suelo creí conveniente ponérmelo".
Yo también te diría que echo de menos tus entradas, pero no me da tiempo, porque cuando una empieza a enfriarse publicas otra aún mejor =)
Es nu tuit genial, desde luego. No lo había leído. Esa parte también le ha encantado a la señorita JusJuuus. Es muy metafórica, pero estarían bien los chubasqueros para la lluvia de ilusiones :)
ResponderEliminarGracias, me vas a sonrojar :]