Mi blog.

Dentro de muchos años entraré aquí y será mi particular baúl (digital) de los recuerdos (no digitales).

sábado, 8 de febrero de 2014

Como el niño que se asoma a la ventana.

He muerto. He matado. Me he matado. Sin querer o queriendo.

Sin querer queriendo. Como el niño que se asoma a la ventana con su piruleta, tanteando al vacío, imaginando qué pasaría si se asoma un poco más, sólo un poco más. Sabiendo que al otro lado de esa ventana tiene el dolor de una caída segura. Que el "detrás" de ese balcón no esconde sino moratones y magulladuras. Y se asoma un poco más. Se le resbala la piruleta y la ve caer casi con fascinación. Desearía tener la piruleta de vuelta en su boca y se arrepiente (en parte) de haber sido tan torpe como para dejarla caer. Pero una parte de sí está encantada: ha entendido por fin qué hay al otro lado del balcón. Le ha costado una piruleta y un grito de su madre por asomarse tanto. Pero le ha valido la pena.

(La piruleta choca contra el suelo y se rompe en mil pedazos. Una parte del niño ha comprendido el peligro del balcón y no volverá a asomarse. Otra parte nunca dejará de sentir fascinación por las alturas. Cuando se convierta en trapecista, el niño recordará en todas sus actuaciones la piruleta hecha pedazos. Y sonreirá.)

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