Mi blog.

Dentro de muchos años entraré aquí y será mi particular baúl (digital) de los recuerdos (no digitales).

miércoles, 29 de febrero de 2012

Menos mal que este año es bisiesto...

'Menos mal que es bisiesto, porque si no hoy no existiría'. Se pone la bufanda y se mira al espejo. No se ha maquillado. Piensa en la hora y pico de autobús que le espera hasta llegar y suspira. 'Tengo que sacarme el carné'. Va a salir. Va tarde, baja corriendo las escaleras y... ¡mierda! ¡Se le caen los pantalones! ¡El cinturón! ¡Otra vez el cinturón! Últimamente todos los pantalones se le caen. Qué desastre. Sube corriendo. Deja el bolso en la cama y coge un cinturón cualquiera. Se lo pone tan rápido como puede y mira el reloj. 7:10. Ya no llega al de y cuarto. Se sienta. Es desesperante.

Ahora tiene 10 minutos antes de salir a coger el de y media. Decide maquillarse, así no será tiempo perdido. Claro que, ¿para quién? Para ella. Para ella. Se maquilla para sí misma. O, al menos eso se dice cada uno de los días en que se maquilla y no le ve. Entra en el baño y rebusca en el neceser. ¿El eyeliner? ¿Dónde diantres he metido el Eyeliner? ¡Ah, sí! En el bolso del sábado. Claro. Vuelve al cuarto y rebusca en el bolso negro. Vuelve al baño corriendo y se pinta un ojo. Perfecto. ¿El móvil? ¿Quién puede querer algo de mí a las... ¡LAS 7:23! Mierda, mierda, mierda. Ya no pillo el bus. Coge el móvil. ¿Sí? Sí, dime. Si, sí, ya estoy saliendo. Bueno, vale.

Otra vez el pesado de turno. Vuelve al cuarto para salir. Se mira al espejo. Un ojo. Me falta maquillar un ojo. Nada, hoy no es mi día. Vuelve al baño y se tira un poco más de potingue negruzco por encima del ojo derecho. ¿Ya? ¿Podré salir ya de esta casa? Vuelve al cuarto y recoge el bolso. Coge la cazadora negra y se echa colonia. Vuelve a bajar corriendo las escaleras y entra en la cocina. Coge dos yogures y sale pitando. O sin pitar, simplemente tan rápido como puede. Casi se mata bajando las escaleras del jardín, pero no. Sólo se le ha caído un poco de tiempo y se le ha acumulado un poco de enfado. Ya camino del autobús se da cuenta de que se le han olvidado los pendientes, no ha cogido horquillas y ahora el flequillo le recuerda cada paso que da golpeándole la frente. Y también ha olvidado el bonobús.


Ocho horas, tropecientos desajustes, dos desencuentros y un encuentro después, vuelve a casa.


Abre la puerta del jardín a tientas, a esas horas ya no se ve nada. Arrastra los pies y un pensamiento por las baldosas húmedas de rocío. ¿De rocío? ¿Cuántas horas he estado fuera? Sube. Uno, dos, tres, cuatro y cinco escalones. Camina hasta la puerta principal y abre. Sin hacer ruido. Antes de entrar se quita los tacones. Sus tacones favoritos, que ahora son un poco más favoritos que ayer. Y sube corriendo. Ya en su cuarto tira la ropa en la silla, ¿dónde si no? y se pone el pijama. Cualquier ser humano normal se iría a dormir a esas horas. Pero, hoy es 29 de Febrero. Enciende el portátil. Se le escapa la sonrisa de los labios. No, no. No es sonrisa. Se le escapa la felicidad por las comisuras. Baja a la cocina y coge una tableta de chocolate. Sube, con sus zapatillas de conejitos como única compañía. Cruza las piernas y se pone el portátil encima. Empieza a escribir. ¡Menos mal que es bisiesto, porque si no hoy no hubiera existido!

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