Febriculosa

Hoy, en pleno delirio, plena fiebre o plenas facultades mentales (creo) pero no físicas, abro una entrada en blanco. Y escribo. Y guardo en borradores. Y esta sería la séptima haciendo lo mismo, pero esta ya la publico. Porque no voy a dar muestras de debilidad alguna, y entonces mi amor propio me concederá los permisos. Y podré publicar. Es muy duro ser dura todo el rato. Sobre todo cuando eres blanda como la mantequilla pomada.


Pero no he dado muestras de debilidad. Creo que no he dicho en ningún momento nada. No, no. Sólo estoy aquí, con fiebre, dolorida de todo, contemplando la pantalla (ya no enblanco) de blogger. Y ¿qué escribo? Pues bobadas, ¿qué más se puede esperar de las 23:54 y de mis 38.08ºC de todo el día? No sé. He estudiado, eso debe haber aumentado mi fiebre. He hecho todo y nada. Es que ya no hay megavídeo, ¿sabes? Y así cuesta un poco más no pensar.

Soñar es gratis, por el momento. Pero no creo que soñemos por eso. Soñamos porque es bonito. Porque parece real. Y porque suceden cosas que, más o menos en el fondo, queremos que sucedan. Aunque no nos atrevamos a confesarlo. Aunque no queramos admitirlo. Aunque no sepamos verlo.

Yo hoy soñé cosas muy bonitas. De las que jamás te contaré a ti, lector o lectora con quien tengo más o menos confianza. No, jamás te contaré qué soñé hoy. Porque fue tan bonito que prefiero guardarlo para mí. Aunque jamás se haga realidad. Aunque, muy en el fondo, yo sepa que jamás sucederá.

Ay. Duele el jamás, ¿eh? Eso de la eternidad, nunca, jamás, siempre. Creo que no lo tenemos del todo asumido. Y duele, duele asumirlo. Jamás. Yo no me hago a la idea, por algo sigo soñando. Supogno que aprendes qué es siempre, nunca y jamás cuando llegas a los 80 o a los 90 y te ves cercano a morir. Al fin y al cabo, siempre sólo pueden ser unos 100 años de media. Y yo con menos de 20 no puedo ni atisbar lo que eso significa.